viernes, 12 de enero de 2024

Consumo estival

Como todos los años, el verano me permite retomar la lectura, algún consumo televisivo y me ofrece la pausa como para el ejercicio crítico, particularmente sobre dos películas y un libro: La Sociedad de la Nieve; Exodo: reyes y dioses, y El General Justo.

Pero la cuestión cinematográfica fue la que motivó mi desvelo y que produjo este texto, porque tiene notas muy similares entre sí que llamaron mi atención.

En primer término, la duración. Dos horas y media es una medida que excede normalmente tiempo que dispongo para ver TV y pone de manifiesto dos cosas: que está dirigida a un público que brinda prioridad a ese consumo por sobre otras actividades y que no está pensada para mí; de hecho, parece estar confeccionada sobre otra base cultural en la cual el fenómeno religioso es algo extraño a la vida cotidiana y merece una explicación lo más taxativa posible.

En el caso de los accidentados en la cordillera, esa tarea es interpretada por uno de los moribundos que en un parlamento manifiesta las diferentes creencias que se registraban en el grupo; todos eran cristianos pero algunos no atribuyen la superviviencia a un milagro sobrenatural mientras que otros no creen que haya sido posible para esos chicos cruzar los Andes de la manera en que lo hicieron.

Según surge de los artículos y entrevistas alusivas que pude leer, el guión intenta respetar al máximo el deseo de los sobrevivientes y de sus familiares. Pero es en los detalles de época en donde se producen las libertades creataivas en las que se percibe la transacción con el espectador y la búsqueda de su consentimiento, la credibilidad. Es entonces que la verosimilitud reemplaza a la verdad.

Es como si el espectador sólo lograra emociones mediante códigos actuales. No se le ofrece la oportunidad de preguntarse porqué esa gente era distinta a la que conoce ni qué cosas han cambiado. Censura la historia. Para el cine contemporáneo, no hay diferencias antropológicas según las épocas; los consumos, los hábitos, los vicios y las virtudes, siempre tienen que los mismos. 

Pero, sin ir más lejos, la relación entre padre e hijos no es la misma en este siglo que hacia fines del siglo XX; tampoco las relaciones conyugales, el sexo ni el consumo gastronómico. Si no podemos percibir esas diferencias, no tiene sentido ir a la historia. Si la historia no sirve para iluminar el presente, ¿para qué sirve? ¿para obtener más historias que contar en formato audiovisual?

Este filtro es mucho más perceptible en la versión libre que Ridley Scott -el director, entre otras cosas, del Napoleón cuestionado por quienes lo han estudiado- hace del Pentateuco, el libro que contiene el Exodo dentro de la Biblia.

No tiene sentido hacer una exégesis fílmica porque las inexactitudes son evidentes para quienes conocen el texto bíblico. Sin embargo, lo que más me molestó es la interpretación caprichosa de Moisés. Porque intenta humanizarlo tanto que lo desfigura; es imposible reconocerlo en el personaje que encarna Christian Bale.

Hay algo en estas producciones que trasciente el lenguaje audiovisual: la necesidad de contar con la venia del consumidor. Si el mensaje no es creíble, retoquémoslo un poco a ver si le gusta; y si la historia termina siendo otra no pareciera ser grave, porque lo peor sería que no se consumiera.

Es algo parecido a lo que se registra en el mundo periodístico: la nota se volvió una historia y su narración, entretenimiento.

Mientras creaneaba estas cosas en mi desvelo sonaba The Logical Song, de Supertramp.

Termino este posteo con un breve elogio al libro que terminé por estos días sobre el presidente Agustín P. Justo, de Rosendo Fraga, cuya lectura me recomendó Marcos Lohlé, y que es todo lo opuesto a lo antedicho: un libro documentado y que se sujeta a los acontecimientos; que intenta comprender las razones y motivos del general para explicar sus decisiones.

Leerlo me permitió conocer un período de la historia argentina muy poco conocido y tapado bajo el estigma de "década infame", sin el cual es imposible comprender a Juan Perón y al Estado de Bienestar que rigió en la Argentina y en el mundo hasta estos últimos días. Hay un mundo de sucesos y personajes que han quedado injustamente silenciados.

Además, en la década del 30 se incuban los nacionalismos que colisionan con los republicanos, y que deriva en la Segunda Guerra Mundial, a mediados de la centuria pasada. 

Para más, en el collage que ilustra esta nota se puede ver la primer visita de un presidente norteamericano a nuestro país, Theodore Roosvelt, junto al General Justo, y que señala el camino que nuestro país abandonó poco después.+

viernes, 21 de julio de 2023

¿Un futuro negro?


Black Mirror es una serie futurista, que proyecta los usos que pueden tener algunas tenologías existentes y ya diseñadas pero aún no masificadas.

Al menos, eso fue en sus primeros capítulos. Para los que no estamos empapados de cuestiones tecnológicas es altamente recomendable porque ficciona en la mayor de los casos de manera atrapante algunas funcionalidades de la virtualidad, la nanotecnología o la biotecnología, entre tantas otras tendencias.

La dramatización pareciera que por momentos nos quiere asustar con el futuro. Pero es natural en el proceso ficcional. No hay trama atrapante sin alternativas o amenazas. Pero también transmite su potencialidad.

Pero lo que más me llamó la atención es que, en la última temporada, es como si hubiera pegado un giro más al presente. Las dramáticas situaciones que presentan son la de la aceptación de los términos y condiciones a ciegas con aplicaciones como una de Streaming que podría ser la propia Netflix; el impacto real de la mediatización en las personas y, el más raro de todos, la presencia del demonio en el mundo, entre la gente; no me refiero a algo tangencial. El episodio se llama Demon 79.

Obviamente, este es el capítulo que me lleva a escribir estas líneas. Porque, en primer término, me llamó mucho la atención que en el paquete mismo de divulgación de alguna manera científica haya una nota religiosa; segundo, que el guión esté documentado y no resulte excesivamente fantasioso, pero principalmente por el final.

Como no es mi objetivo que vean la miniserie, sino en compartir una lectura al respecto, aviso al lector que lo espoilearé, así que pueden dejar de leerme ahora.

Los dos protagonistas son una chica de origen indio que se siente discriminada y el mismísimo Lucifer, que es negro. Lo pintan cambiante y hasta principiante, pero al final consigue lo que busca y se lleva a la chica, a la que poseyó desde el principio; es decir que logra su perdición mediante una aceptación voluntaria por parte de ella.

Puedo pensar que Black Mirror quiere advertir que Satanás es tan real como la nanotecnología y la virtualidad, y que puede ser tanto o más peligroso que la tecnología. 

#ElijoCreer.+

sábado, 14 de enero de 2023

Che, patrón



El género de memorias es uno de mis preferidos. Tener la posibilidad de conocer el pensamiento de un importantísimo hacendado correntino contemporáneo a sus 90 años es un privilegio.

José Antonio Ansola poseyó cientos de miles de hectáreas sumando sus distintas estancias, según surge del libro. Nació en 1914 y, con la colaboración de Magdalena Capurro ("el escribió, yo firmé", explica ella), hizo públicas sus consideraciones en 2004.

Su vida transcurrió básicamente en el campo. Sus reflexiones son camperas. Es maravilloso compartir con él sus sentimientos, reflexiones y observaciones. Pero piensa como empresario rural, y como católico; su religiosidad, tan rica como elemental, está muy presente en su vida y en el libro; sus ritos y su austeridad, que procuraron elevar su vida a la trasendencia.

La vida comunitaria a la que se refiere es a la que mantuvo desde chico con peones y capataces, cuando no vecinos o puebleros, a quienes considera más cercanos que a sus compañeros del Lasalle o a la gente de su nivel social de la urbe porteña. Sus peonadas, especialmente sus capataces, fueron familia para él. El "che" guaraní del título significa un mí; al igual los militares llaman a sus jefes "mi teniente".

El anecdotario es de fogón y está salpicado de historias que involucran a la guerra del Paraguay, las guerras mundiales y hasta un paseo a caballo con un joven capitan Juan Domingo Perón por el Tiro Federal, además de un nutrido concierto de imágenes y sonidos de la naturaleza.

Como narración es tal vez más extenso que lo necesario y repetitivo en su cotidianeidad. Pero es un inmenso manantial de vivencias que están a distancia de auto. No es una gran pieza literaria. Pero la riqueza esperitual de ese estanciero es algo que debe ser atendido.

Papá no era un gran intelectual. Fue un hombre de trabajo, que hizo de la actividad agropecuaria su segunda vida (la primera fue como arquitecto), merced a la herencia de mi abuela materna. Supo valorar la gauchesca vida de sus cuñados Grondona y de los primos de mamá, Pereyra Yraola. Tengo muy presente cuando leyó este libro y cuanto lo disfrutó. Este señor Ansola podría haber sido uno de sus tantos clientes suyos. Realizó más de mil obras, muchísimos ellos cascos de estancia como podrían ser los que poseyó Ansola. Desde su recomendación, este libro estaba en mi lista de pendientes.

Esta lectura fue un homenaje para todos esos que, como Ansola, le dieron tanto a nuestra querida Patria. Hay mucho que aprender de ellos.+)

domingo, 8 de enero de 2023

La razón de la felicidad


El 4 de diciembre de 2022, a los 91 años, murió Dominique Lapierre, que había sido corresponsal de Paris-Match y se convirtió luego en autor de numerosos best sellers en forma individual o en sociedad con Larry Collins. 
El primero que escribió sin su coautoría, en 1984, fue La Ciudad de la Alegría y era el único que tenía en casa, por lo que decidí leerlo en homenaje a este gran periodista fallecido y para conocer más sobre el otro gigante asiático.
Este libro sobre la solidaridad en la Ciudad de Calcuta se estructura en torno a la vida de una serie de personajes que convergen en un comité de ayuda mutua de una villa: un sacerdote francés, una enfermera assamesa, un campesino desplazado por la sequía y un médico judío norteamericano, entre otros.
La narración aborda una serie de hechos que acontecen en esa pobrísima barriada del centro de esa importante ciudad india, con un estilo ágil y dinámico.
Desde mi punto de vista deja dos grandes enseñanzas. En primer lugar, la trascendencia del dolor y de la desgracia humana. Con un notable conocimiento de la Fe católica -además de haberse documentado del hinduísimo y del Islam- y de la cultura india, Lapierre nos pasea por situaciones críticas y trágicas de manera tal de invitarnos a reflexionar sobre la manera en que afrontamos los percanes de la vida diaria en Occidente.
La otra lección tiene que ver con algo que se vivió en ese momento en forma muy intensa y que después ha mermado pero que continúa en forma contínua hasta niveles impensados: el éxodo rural. 
En los 70 que empujaron a todos esos campesinos indios a Calcuta, la Argentina vivió algo similar. "Tengo mis zapatos rotos/ y es de tanto caminar./ Lejos ya quedó mi pueblo./ Voy camino a la ciudad", cantaban Los Náufragos. "No te olvidés del pago si te vas pa'la ciudad", recomendaba Alfredo Zitarrosa, entre otros tantos artistas populares que le cantaron a la dolorosa partida de los hijos de la tierra.
Al igual que en nuestro país, esa gente se asentaba en las entonces llamadas villas miseria detrás de un sueño de prosperidad. La Ciudad de la Alegría es una de esas villas. Lo que cuenta Lapierre, con las obvias diferencias culturales y demográficas, pueden aplicarse a La Cava, la 31, Itatí o la Villa Azul, por nombrar a tantos barrios que engrosaron su población en ese tiempo en que la ciudad absorbió a la mano de obra desaocupada en el campo.
Tanto acá como allí pudo registrarse este fenómeno que no es ni puramente rural ni urbano. En donde la alegría o la felicidad se asienta en la caridad y en el modo con que se cumplía con las obligaciones, sacrificios y ritos religiosos, cualquiera sea la creencia.
Por eso, este libro tiene un valor documental de gran utilidad para analizar las últimas décadas de la Humanidad.+)

jueves, 29 de diciembre de 2022

El triunfo, sus ritos y celebraciones

Los festejos por la victoria final del Mundial de Fútbol en Qatar fueron tan impresionantes que merecen una reflexión.

En primer término, porque se parecieron más a los del 78 que a los del Mundial de México. 

Ambas experiencias tuvieron algo en común. Aquella vez veníamos de un tiempo de fuertes divisiones -de hecho, de una guerra civil- por lo que esa sana y pacífica conquista deportiva nacional nos permitió a los argentinos encontrarnos en un abrazo emotivo, sin diferencias, y celebrar la unión nacional. Si, ni más ni menos que éso aunque parezca desproporcionado.

Desde que Lionel Scaloni se hizo cargo de la selección e impuso su estilo discreto y humilde, los argentinos -que venimos golpeados en nuestro orgullo hace un tiempo largo- consideramos que teníamos una oportunidad a través de estas estrellas tan sencillas como virtuosas. Nos quisimos ver reflejados en ellos. Especialmente cuando, en plena gloria, se encontraron con sus jóvenes familias.

No fue lo que pasó en 1986, cuando Carlos Bilardo impuso su estilo mañoso y la figura del equipo fue un Diego Maradona futbolísticamente brillante, divertido y apasionado pero que dejó estampado en el recuerdo aquella "mano de Dios", que no fue otra cosa que una falta, entre muchas otras opacidades.

Todos nos fascinamos con "el Diego" pero su estilo era pendenciero y alocado. Festejamos esa copa, claro, pero no quedará en la memoria de los argentinos como ésta, que supo a superación y virtuosismo, al esfuerzo de aquellos que llegaron a estas costas hace décadas o siglos para construir un futuro colectivo que dió a nuestro país una trascendencia mundial.

No hay una equivalencia entre fútbol y el desarrollo. Pero si hubo una reacción popular que refleja una idea: así se hace, así se debe hacer.

Por eso este texto pone en valor el rito de muchos de nuestros jugadores que, más allá de las cábalas, señalan al cielo cuando hacen un gol. No hay que suponer nada: cuando hacen declaraciones expresan con mucha humildad que "gracias a Dios" pudieron hacer esto o lo otro; el propio Lío Messi lo dice con todas las letras cada vez que le preguntan por ese rito. Nada de suerte, de cábalas no de mufas; el esfuerzo y la consagración como un don de Dios.

También por eso es que valoramos la celebración popular que tuvimos. Porque se festejó a modo de descarga, claro, pero se celebró la victoria de la virtud y la esperanza de que podemos cambiar. De que tal vez, Dios mediante, hayamos empezado a cambiar.+)


sábado, 3 de diciembre de 2022

De yetas, mufas y cabaleros


El mundial de fútbol masculino (ahora hay que aclarar, como si todo el mundo estuvera pendiente del femenino cuya existencia es desconocida) es un masivo laboratorio de conductas muy útil para la antropología.

Tal vez, el principal elemento son las curiosas creencias que se han instalado como nunca antes en los aficionados al deporte de competición. No se trata ya de una cuestión juvenil, sino que se ha difundido en toda la feligresía futbolera.

Antes era más común en los segmentos menos formados de la sociedad. La cultura popular suele incluir a las supersticiones. Es natural que, a medida que una persona se va formando, va abandonando ciertas suposiciones consagradas por la gente para buscar sus causas últimas, su ulterioridad.

A medida que crecemos, distinguimos del orden terrenal la dimensión que es espiritual y trocamos aquello que suponíamos mágico en religioso. La magia no es trascendente. El alma del hombre trasciende a la magia, porque pertenece al mundo celeste.

Quienes creemos de esta manera entendemos que lo que sucede es parte del plan divino. Los católicos creemos en un Dios Providente, por lo cual no sufrimos el fatalismo del destino. Sabemos que tenemos una misión en este mundo, que los obstáculos son el modo en que el Señor nos señala el camino. El hombre es libre de seguirlo o de darle la espalda.

Para develarlo no hay mejor forma que la oración. En esa interacción uno se presenta ante Dios y la conciencia le permite a uno mirarse desde afuera como en un estudio clínico. A partir de allí, surgen pautas de mejora conductual.

Es cierto que durante ese rito uno puede prender una vela, en forma de ofrenda, recitar frases tal vez en forma repetida, disponer el cuerpo de modo de facilitar esa elevación espiritual y elevar los ojos al cielo, como lo hace Messi cuando mete un  gol.

Porque cuando Messi convierte se persigna y eleva unos pocos segundos sus ojos al cielo, al que apunta con sus dedos índice, en señal de agradecimiento. Es un acto de humildad, ya que reconoce públicamente que El es el factotum de ése logro.

Messi sabe que se esforzó, que se entrenó más de lo necesario y que puso todo en la cancha para que la pelota se estampe contra la red, para que los rebotes siempre lo favorezcan y para aprovechar cada una de las distracciones de sus oponentes.

No es magia, no existe un destino escrito, ni mucho menos suerte. Roberto De Vicenzo dijo alguna vez que "he notado que tengo más suerte en la medida que más entreno".

Así y todo, por estos días hay que tolerar que haya gente aparentemente muy formada cuyo rostro se trastorna al escuchar a otro festejar un gol antes de tiempo y sentenciar, lúgubremente: "lo quemaste".

Más llamativo es ver a otro vestir una prenda sucia y pringosa porque "con esto ví la final del 86", como si tuviera un efecto salvífico en el campo de juego.

Otras veces hay alguno que nos mira irritado en pleno partido. En medio de ese frenesí, uno se pregunta cuál será la razón de su molestia. Hasta que el otro cabecea señalando a una que había expresado inocentemente: "seguro que éste lo ganamos".

Malo es haber coincidido con un ser querido en una derrota. Este siceso fatídico hará desaconsejable volver a ver un partido juntos.

No qusiera ni pensar en aquellos que han sido condenados a ser yeta.

La comodidad de la vida moderna nos ha llevado por el camino del menor esfuerzo; el consumismo desenfrenado se impone por sobre nuestra conciencia ambiental; la sexualidad libre nos ha llevado al estado primigenio del hombre, aquel en el cual poco nos diferenciábamos de las fieras...Pero confundir lo sagrado con la superstición es un grave retroceso.

La creencia sin religión no fructifica y la religión sin formación (no la enciclopédica, sino la del conocimiento personal) no llega a la perfecta fermentación.

En algunos casos el deseo de hacer del Diego un becerro de oro lleva a tergiversar la realidad. Al cierre de "Seamos eternos" (no me refiero a un tratado de teología sino al documental sobre la participación argentina en la última Copa América), se hace un montaje por el cual intenta reemplazar a ese Dios al que Lío señala por el profano Maradó, cuya figura aparece borroneada como si anduviera entre las nubes.

Hoy mismo, el relator del partido en pleno Adviento anunciaba a un nuevo Messias e invocaba la protección del Diego. Podemos tomárnoslo en broma, es lo recomendable, pero sepamos que esas frases y esos comportamientos no son vanos.+)



lunes, 29 de agosto de 2022

La Guardia consagrada


Los lunes trato de no ir al centro y quedarme en casa, en Beccar.

Después de trabajar todo el día, mi plan era irme a la tardecita a la Abadía a rezar, ya que nuestra Iglesia no abre los lunes.

A eso de las 18.45, cuando escuché el campanario, me arreglé y salí para Santa Escolástica, que queda a tres cuadras de casa. Toqué timbre para ingresar, pero nada; ni respuesta, ni luces en la portería.

Todavía estaba con intenso intercambio  mensajes de laburo. Decidí ir a Nuestra Señora de la Guardia, la parroquia de VIctoria, que está a algunas cuadras de allí.

Victoria es un pueblo bonaerense en un contexto suburbano. Es fácil volver a sentirse chico cuando se pasa frente a un colegio o vecino frente a la sencillez del vecindario.

Apenas llegué, me impresionó lo impecable que estaban el atrio, el frente, el interior del templo y, más aún, que estaba completo. Siendo las siete, estaban todos los bancos ocupados.


- ¿Hay algo hoy? -pregunté extrañado a una feligresa que ingresaba.

- ¿Viniste de casualidad? No te puedo creer: son las fiestas patronales y está previsto consagrar la Iglesia.

Me ofrecieron firmar un acta en la que un centenar de feligreses dejaban asentada su presencia en esta importantísima ceremonia que ponía fin a 109 años de construcción en el mismo predio en el que Don Orione vivió al llegar a la Argentina.

Decidí quedarme y asistir a misa, a pesar de que era probable de que durara mucho. Y así fue, pero debo decir que se pasó rápidamente.

Al ratito estaban ingresando en procesión por el corredor principal los monaguillos, diáconos, concelebrantes y, al fondo, el arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Puiggari.

Unos voluntariosos músicos hacían sonar guitarra, bombo y flauta, para acompañar a una esforzada cantante que intentaba incentivar al murmullo de voces tímidas.

Los feligreses, con actitud dispuesta, sabían que no se irían con las manos vacías de allí.

El celebrante hablaba, la feligresía respondía y la voz de un muchacho con Síndrome de Down repetía a destiempo palabras clave: Dios, Jesús, amor, amén, como un eco tardío que inundaba de divina termura el ambiente.

Una humareda de incienso se elevó como una oración y mientras diseminaban esa fragancia desaparecía la presencia del ajo que exudaba algún cuerpo vecino.

De pronto, se iniciaron las acciones propias de la consagración del altar. Se impusieron las relilquias de San Juan Bosco, de Don Luis Orione y de otro santo que no identifiqué, y la tenue iluminación se convirtió en brillo y plenitud.

Se ungieron las paredes, se encendieron los cirios, se instauró el sagrario. Era una ceremonia trascendental, de esas que es un privilegio concurrir.

Cuando me retiraba, la gente seguramente se disponía a compartir un refrigerio. En nuestras caras podía imaginar que todos nos sentíamos más protegidos por la Guardiana que antes.+)



El tiempo que pasa

 

Para el recuerdo

(Versos - Hortensio Ibarguren - Página 11)


El tiempo que pasa no es tiempo perdido,

si existe el mañana puede aprovecharse.

El tiempo que pasa no se ha consumido

Es una ventana en donde mirarse.

Tener esperanzas, es confiar seguro

Tener experiencias, es algo valioso.

Pero no alcanza para que el futuro

que exige excelencia sea generoso.

Cumplir objetivos, un plan diferente,

lograr alcanzarlos, produce alegría.

Pero estos motivos, no son suficientes

para realizarlos como plan de vida.

Yo aspiro en el tiempo poder conocerme,

tener fe en lo cierto que me han enseñado

vivir el momento de sentirme fuerte

y obrar con acierto como buen cristiano.

Vivir con los míos

es lo más preciado.

Mi mujer siempre ha sido

y es mi gran estrella

su amor es la fuerza que a mí me da bríos.

El estar seguro de ser bien amado,

y tengo presente que también la admiro

por buena, por firme, por culta, por bella

A mis hijos y nietos, que también valoro

que tengan presente un posible acuerdo

es que sean unidos como son sus viejos.

Que tengan paciencia, valor y decoro,

que sean familia, que no sean ausentes.

porque todo pasa pero no el recuerdo.


Mansilla, 6 de noviembre de 2003

lunes, 12 de abril de 2021

Un soplo de aliento

En estos tiempos pandémicos andamos algo sugestionados.

El viernes a la noche llegué al Club y un muchacho a quien yo no conocía -pero que luego advertí que sería con quien debía enfrentarme deportivamente- se acercó excesivamente y me hizo un comentario coronado con una sonrisa que se dejaba ver por la impúdica ausencia de barbijo.

No era una provocación. Para nada. Ni de mal gusto. Tampoco era gracioso. Ni siquiera era tan simpatico como la alegre sonrisa con la que acompañó sus palabras.

Me sentí algo incómodo, así que no respondí más que una mezquina mueca. Fue mi táctica para mantenerlo a distancia.

El joven recorrió la tribuna haciendo chanzas que no despertaban risas en los allí presentes hasta que nos tocó entrar a jugar. 

Era un jugador básico pero potente. Pude sostenerle el juego hasta ví que me resultaría imposible, lo que terminó por derrumbarme. Mi ánimo dejó en evidencia cierto fastidio.

Mi contrincante, con claro ánimo componedor -no burlón ni vengativo- repitió dos veces: "perdón". No supe qué decirle. Yo lo había felicitado, como corresponde; había ganado en buena ley. No había lugar para una ofensa que exigiera un pedido de esa naturaleza.

 Al término, y sin que mediara motivo alguno, me hicieron advertir que mi contrincante era un buen hijo de esa institución; un hermano de la vida social y deportiva que no tenía todos sus patitos en fila. Mi alma terminó de derrumbarse. 

Ayer, en la misa del domingo escuché, como si el mismo Jesús me hablara a mí, el Evangelio de Juan 20, 22: "Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo'."

¡Qué sentidos diferentes de entender el soplo del aliento fraterno de mi adversario deportivo! ¡Qué injusto puede resultar juzgar según la primera impresión!

¿Estamos realmente con el corazón dispuesto para recibir al Espíritu Santo?